Día 28 de julio
Nos disponemos a ir al aeropuerto utilizando la recientemente inaugurada linea de metro directa, pero a última hora, una amiga, María Díez, en un estupendo detalle, decide llevarnos en coche. A la vista de las colas y el tiempo de espera que nos queda, rechaza la invitación a un café, y decide dejarnos allí, no sin antes, comentarnos que el plan en que nos íbamos era un poco gay. ¿Cómo se puede decir algo así antes de una semana de vacaciones? Ya nos sentimos como el centro de las miradas inquisitorias. Pero qué más da, que cada uno piense lo que le parezca.
El vuelo que supuestamente salía a las 20:00h, se ha retrasado 3,5h, con lo que salimos a las 11:30 de la noche. El vuelo es de unas 2,5h. Llegamos a la República Checa a las 2:00 de la mañana. Pero no acaba ahí: las maletas deciden tardan alrededor de una hora en salir, y por si fuera poco, en el autobús que nos traslada vamos mezclados los del viaje con hotel de 3* con los de 4*, por lo que somos los últimos en llegar al hotel (evidentemente el hotel más lejano de todos). Tras subidas y bajadas de gente en los hoteles anteriores al nuestro, y tras conseguir hacer el chek in en nuestro hotel, vemos que nos han dado las 4 de la mañana. No pasa nada, sólo hay que levantarse a las 8. Hay que desayunar, ducharse y estar preparados para las 9 que nos recogen para la visita panorámica.
Día 29 de julio
Hacemos una visita con el grupo del casco antiguo de Praga. Pasamos por el puente de Carlos IV, símbolo de la ciudad junto con el reloj astronómico.
A lo largo del puente podemos ver estatuas de santos o grupos de santos. Las que están más negras son las originales, las de piedra más blanca son las que han ido sustituyéndose por réplicas mientras las originales eran trasladadas a museos, donde sufrían menos. Cerca del puente, pasamos por el muro de John Lennon, una pared llena de pintadas y dibujos que hacen referencia al fallecido Beatle. Por lo visto, en la época comunista prohibían pintar la pared, traer flores y encender velas en el muro, por lo que siempre estaba pintada de arriba abajo, con flores frescas y velas encendidas. Al caer el comunismo y eliminarse las prohibiciones, dejó de encenderse velas y poner flores (salvo el día del aniversario de su muerte, el 8 de diciembre). El ser humano es así, le gusta hacer aquello que le prohíben. Cuando el muro está completamente saturado de escritos y dibujos, lo pintan de nuevo borrando así todo, pero al poco tiempo vuelve a estar lleno de frases de las letras de John Lennon y referencias a él.
Seguimos nuestro paseo a pie y recorremos las calles más importantes de la ciudad, vemos los palacios donde ahora se encuentran las embajadas extranjeras, el barrio judío. Terminamos a la 1 de la tarde en la plaza antigua para ver el reloj astronómico, que tiene espectáculo cada hora en punto. Lo único que hace (además de sonar las campanadas) es que salen los 12 apóstoles por la ventanita y se mueven un par de elementos más del reloj. Apenas dura medio minuto, pero como todo turista que va, hay que verlo.
Jaime y yo hemos comido en Uzlaté Trumpety, un bar restaurante con terraza fuera que está cerca de la plaza antigua. Pedimos una cervecita antes de pelearnos con la carta de comidas y nos traen una Pilsner de ½ litro que además sólo cuesta 24cz (unas 125pts). Hemos decidido probar los platos típicos: un poco de goulash (éste no estaba demasiado allá), una ensalada (¿por qué no se molestarán en partir un poco la lechuga y la cebolla?), y bramborové knedlíky. Este último plato es típico. Se trata de una especie de masa de patata y pan con trocitos de bacon y jamón frito y cebolla. A mí me gustó bastante, aunque hay que avisar que es bastante denso. Bueno, ese problema puede arreglarse con un poco de cerveza.
Por la tarde nos damos una vuelta por la ciudad, recorremos de nuevo el puente de Carlos IV en donde subimos a una de sus torres de entrada (desde donde se ve por qué la llaman la ciudad de las torres). Nos vamos al recinto del Castillo (¿Castillo? ¿Pero dónde está ese castillo del que tanto se habla? Por lo visto el castillo no es tal, sino un palacio. Ah! Aquí lo llamamos así).
Dentro del recinto vemos la Catedral de San Vito a la que pudimos entrar, y luego seguimos el circuito de visita, pero sin visitar nada por dentro , porque nos iban cerrando todo en la cara. Cierran a las 5). Así, vimos el Palacio Real Antiguo y el Monasterio de San Jorge. Dimos un paseo por los jardines (por lo visto, es muy interesante asistir al cambio de guardia en las puertas del castillo (a las 12)). Decidimos pasar por el Callejón de Oro: casitas de colores pegadas a los muros del castillo donde vivían artesanos y soldados (por ejemplo Kafka vivió en una). Según la leyenda, aquí vivieron los alquimistas que Rodolfo hizo venir a su corte para fabricar oro, de ahí su nombre. Hoy en día muchas son pequeñas tiendecitas donde venden juguetes de madera y productos artesanos (el precio está muy bien, y son dignos al menos de mirarlos, tienen juguetes muy ingeniosos).
Al final de la tarde vamos al Teatro Negro (del que previamente habíamos comprado las entradas). Es un espectáculo muy chulo y distinto de lo que estamos acostumbrados a ver. Se trata de un escenario negro sobre el que actúan una serie de actores (fundamentalmente de la escuela de mimos, reconocida en el mundo) que representan funciones cortas con una serie de objetos que destacan sobre el fondo. Además de los actores que vemos hay otra serie de actores vestidos de negro de pies a cabeza a los que no vemos al confundirse con el fondo. Con unos y otros se consigue una ilusión en la que los objetos flotan en el aire y cobran vida.
Después del teatro fuimos a cenar a una terraza donde servían comida italiana y checa. ¿Para beber? Pues que va a ser un poco de cerveza. Y de comida un plato seguro como es la pizza, pero antes pedimos una típica sopa de cebolla (que a pesar del calor estaba muy buena), una ensalada y un queso al horno del estilo del provolone. Todo estaba buenísimo y a muy buen precio (no llegamos a 12€ por persona).
Vuelta al hotel y a dormir un poco, que de nuevo madrugábamos para ir a Karlo Vivary.
Día 30 de julio
Hacemos la visita a Karlovy Vary, que está a unos 150km de Praga dirección oeste. Se trata de una ciudad termal muy bonita que está metida en mitad de un valle verde. Lo primero que se ve al bajar por la carretera es el Hotel Imperial, tan regio en su aspecto como su nombre.
A lo largo de la ciudad hay 12 manantiales repartidos.
Cada manantial se recomienda según sus propiedades curativas. La temperatura de este agua alcanza en algunos de estos manantiales los 72 grados. Se venden unas jarritas de porcelana con un conducto a través del que se bebe a modo de pajita. Esto se hace porque prácticamente todas las aguas son calientes. De este modo, se enfría un poco mientras sube por el conducto.
Me sorprendió del pueblo que casi todos los balcones tienen jardineras llenas de flores con vivos colores. Queda muy bonito.
Fuimos a comer una comida concertada con el grupo tras visitar la ciudad donde nos dieron un menú a base de:
* Dios!! De aperitivo un canapé grande de jamón, melocotón y nata. Para tirarlo.
* Luego una sopa que estaba muy buena.
* Un par de tipos de carnes con salsa que estaban buenas.
* Tarta de chocolate con mermelada. No podía ser menos jugosa. Suspensa.
Por la tarde visitamos la ciudad ya por nuestra cuenta. Para tener una vista panorámica de la ciudad tenemos dos opciones: subir a un funicular que nos lleva a un mirador, o bien a un mirador al que se sube andando. Yo, aunque a día de hoy algunos de los del grupo sigan sin creerme (era recién comidos, había poco tiempo, y hacía un calor tremendo), me subí al mirador al que había que ir andando. Nos dijeron que se tardaba una media hora en subir y unos 15 minutos en bajar (sólo nos quedaba media hora). Pero no terminé de creerlo, no parecía estar tan lejos. Al parecer estaba yo en lo cierto: tardé 10 minutos en subir y 5 en bajar (sin correr, simplemente a paso ligero). ¿Cómo subir? En la calle principal hay un restaurante al famoso soldado Svejka de la literatura checa (se reconoce fácilmente por una escultura del soldado que está sentado a la mesa). Por el callejón de ese restaurante se sube una escalera que nos lleva en dirección al mirador (el mirador se ve desde abajo; es un templete rojo en mitad de la montaña). La vista está muy bien.
Volvemos a Praga. En la carretera encontramos a lo largo de unos 35km enormes extensiones de plantas de unos 5 metros de alto colgadas de unas varas de alambre. Se trata de lúpulo, utilizado para la fabricación de la cerveza. De hecho todo el lúpulo que se produce en esa zona abastece la casi totalidad de la producción cervecera del país. Por el camino nos encontramos también con la ciudad de Krusovice, que recibe el nombre por la fábrica de cerveza que está allí. Antiguamente se trataba de un monasterio donde los monjes hacían su propia cerveza. Una vez el rey probó la cerveza y mandó a los monjes que todas las semanas le mandasen un determinado número de toneles a palacio. Los monjes tuvieron que cambiar el sistema de producción para poder fabricar una cantidad suficiente a los nuevos pedidos y comenzaron a venderla para el exterior del monasterio. El rey le dio categoría de Cerveza Real, por lo que aparece la corona real en su etiqueta. Aprovecho este momento para anotar un dato que nos contaron en el viaje: la media anual de consumo de cerveza en la República Checa es de 168 litros por persona. Y hay que tener en cuenta que en la estadística entran niños, ancianos, abstemios ... con lo que la media real de los que beben cerveza es aún mayor.
Al volver a Praga nos damos una vuelta. Realmente es una ciudad perfecta para pasear y tomar algo en terrazas. Así que lo ideal sería ir con la pareja (Jaime es un buen amigo, pero evidentemente, no es lo mismo). Pero qué le vamos a hacer: habrá que volver en un futuro en un plan más romántico.
Praga de noche es impresionante. Desde la orilla del río se puede ver la ciudad iluminada, en donde destacan el puente de Carlos IV y el recinto del Castillo.
Decidimos dar una vuelta por el puente y acertamos de pleno. Había a lo largo del mismo gente tocando: un grupillo de new jazz que vendía su propio disco, un tío sacado del señor de los anillos que tocaba todo tipo de instrumentos extraños (también vendía su CD), y un violinista interpretando piezas clásicas y música contemporánea (como La Vie en Rose). El tío se había puesto de etiqueta con una silla donde tenía un cassete con el acompañamiento de piano grabado y dos antorchas encendidas que creaban un estupendo ambiente.
Cenamos unas tapas en un local que estaba a punto de cerrar (jamón de la zona, patés, ensalada...) y un botellín de Mahou (¿qué no hay? Bueno, pues pónganos dos jarras de medio litro de Pilsner).
A dormir, que por la mañana madrugamos de nuevo para ir en autobús a Viena.
Día 31 de julio
Viaje en autobús a Viena a las 9 de la mañana. Llegamos a eso de la 1. Nos dan tiempo para comer y después hacemos todo el grupo una visita panorámica desde el autobús para conocer la ciudad. La ciudad está organizada en distritos. La zona centro es la que está dentro del primer anillo. Todo en Viena parece haber sido limpiado minutos antes. Me asalta una pregunta: ¿dónde vive la gente? ¡¡Si aquí no hay más que palacios!!. Paramos durante la visita en unas casas de protección oficial de un diseñador llamado Hundertwasser. Se trata de un diseñador al que le encargaron el diseño de las viviendas de protección oficial. Como arquitecto que no era, realizó unos edificios que se salen por completo de lo clásico: colores variados, líneas curvas por todos sitios, árboles en la terraza superior... Un dato curioso es que da la libertad al inquilino de decorar como quiera la parte exterior de su ventana, hasta un máximo de la distancia a la que llega con su brazo desde el interior. Puede pintar con el color que quiera, poner azulejos ... es su espacio y tiene libertad plena.
Después de la visita nos llevan a los hoteles (de nuevo los últimos), pero en este estamos cerca del centro.
Por la tarde noche vamos a un concierto de música clásica (que por cierto es puramente para turistas). Se celebraba en el Konzerthaus, segunda sala más importante de Viena. Tocaban piezas de Mozart y de Johan Strauss. A través de la guía compramos entradas de 32€ (las más baratas), pero tiene un chanchullo con el que si quedan a última hora entradas libres de las caras, se las dejan a ese precio. Tuvimos suerte y sobraron de las más caras, así que estuvimos en el patio de butacas en la segunda fila, centrados por 32€ en una butaca que costaba 72€. Digo que el concierto es para turistas porque los músicos van vestidos de la época de Mozart, así como los cantantes y el director. Las piezas eran más o menos conocidas. A mí me sorprendieron con el canto de la parte más complicada de La Flauta Mágica (la verdad es que la mujer cantaba estupendamente). No sé hasta qué punto será cierto, pero preguntamos a uno que vendía entradas en la calle vestido también de época (los encuentras a patadas por toda Viena), y nos decía que sólo 6 cantantes de ópera del mundo llegaban a los tonos que llegaba esa mujer. Representaron también una opereta que sale en la película de Amadeus donde dos actores hacen de pájaros. Muy ameno. Como no, el Lago de los Cisnes, y terminaron del mismo modo que en el concierto de Año Nuevo con la Marcha Radetzky , también con la participación del público.
A la salida del concierto intentamos encontrar un sitio para cenar, pero era bastante tarde. Muy a mi pesar, tuvimos que optar por un Mac Donalds, no había nada más abierto.
Por cierto, era mi santo.
Día 1 de agosto
Este día nos salió redondo. La guía nos había ofrecido el día anterior un combinado que incluía la visita a la ópera y al Palacio de Schönbrunn (el palacio de verano). Pero nos dio la impresión de que cobraban bastante más de lo que debían (ya lo habíamos sospechado en la visita a Karlovy Vary), así que decidimos hacer lo mismo por nuestra cuenta.
De modo que a las 10 de la mañana hicimos la visita a la ópera (vimos el día anterior que a esa hora era en español) usando además, como siempre que pudimos, la tarjeta de estudiante para bajar el precio. Es interesante ver la ópera en verano, periodo en que están de vacaciones, porque así te enseñan cómo funcionan los escenarios (que tiene mucha miga). El resto del año se puede ir a la ópera, que seguramente sea mejor que la visita, pero... Hacen una cosa muy buena (que consiguen gracias al numeroso personal y a su moderno sistema del escenario), que es que nunca repiten la misma obra 2 días seguidos. De este modo si algún visitante está sólo 2 o 3 días puede repetir sin repetir obra. Los precios creo que son caros, aunque tienen unas entradas de pie que pueden comprarse unas horas antes de comenzar (se venden directamente en unas determinadas taquillas), que son bastante económicas.
Después vimos los edificios del centro, toda la zona del palacio de invierno, el museo de joyas de la corona (no perece la pena al precio que tiene), el barrio de los museos, el museo de ciencias naturales (¡Jaime, cómo se te ocurre subirte al elefantito de delante del museo y romper las gafas de sol!)... Comimos un bocata rápido y nos fuimos en metro al Palacio de Schönbrunn. Allí compramos una entrada con autoguía en español (bastante más barata que lo que cobraban en la organizada que nos habían ofrecido, de hecho por las 2 visitas pagamos unos 10€ en lugar de los 30 que nos cobraban). Vimos el palacio y luego nos dimos una vuelta por los jardines y el invernadero. Sorprende lo cuidadísimo que está todo. No hay un árbol puesto al azar, ni una flor en mal estado, ni una línea que no siga el trazo buscado. Por lo visto, de las 4 plantas que tiene el palacio, sólo se visita una. De las 3 restantes, dos las han acondicionado como pisos, que alquilan a los vieneses por unos 1.800€ al mes. Son muchísimos pisos, pero con el dinero de las entradas y con el de los pisos, mantienen el parque y el palacio tal y como lo tienen de espectacular.
Volvimos después al centro y fuimos a tomar un café y un trozo de tarta en la terraza del Hotel Sacher. La tarta es insuperable. A mí no me gusta demasiado el dulce, y especialmente poco el chocolate, pero la textura del bizcocho y el sabor es impecable. En la mesa con la carta viene la historia de la tarta:
La receta es de Franz Sacher, que era un simple ayudante de cocina. En 1880 su señor pidió que le hiciesen un postre nuevo y exquisito. En esos días, el jefe de cocina estaba enfermo, y le tocó hacerlo a él. El resultado fue excelente. Al poco tiempo inauguró una tienda de delicatessen donde vendía su tarta, y más tarde abría un hotel. Años después, su descendencia abriría el actual hotel de lujo detrás de la ópera, en donde se ubica hoy en día. Curiosamente el hotel tiene una fama internacional que le viene por la tarta. Siguen elaborando la misma receta artesanal.
Después de tomar el café, de camino al ayuntamiento hemos encontrado libres un par de bicis gratuitas. Es lo mejor que podíamos haber hecho. Hemos recorrido la ciudad de arriba abajo en poco tiempo y sin esfuerzo. Es una gozada ir en bici por dentro de una gran ciudad sin sentir peligro alguno. Nos hemos perdido con las bicis, pero con tanta suerte que hemos aparecido en un pequeño parque interior de la zona universitaria. Éste estaba lleno de terracitas clásicas con mesas de madera alargadas donde tomar algo. Cenamos el escalope típico vienés (que no deja de ser un simple escalope), y una jarra de cerveza. El camarero era un tío amabilísimo; casi me ha dado remordimientos el haberme llevado la estupenda jarra que me pusieron (sinceramente no tengo remordimiento alguno, las jarras las regalan las fábricas cerveceras a los bares que les compran).
Luego nos hemos ido con las bicis al Parque del Prater (que está en las afueras) para ver la Noria. Dicen que es muy chula la vista desde arriba, pero pasamos de pagar los 7 € (además si dejábamos las bicis, si las cogía otro nos teníamos que buscar un medio de vuelta). La noria es de finales del S.XIX. Es la única del mundo original de esa fecha que esté funcionando.
Nos volvimos tras perdernos un poco de modo involuntario en bici. Pero tal y como nos estaba saliendo el día incluso al perdernos de nuevo tuvimos suerte. La famosa estatua dorada de Strauss que está en uno de los parques de Viena apareció ante nuestros ojos cuando tratábamos de atajar por un parque que nos salió al paso. En ese momento nos situamos, fuimos en dirección a la ópera y desde allí, nuevamente orientados, en ruta al hotel. Aparcamos las bicis en la puerta, recuperamos nuestros 2€ y a dormir. Al día siguiente salíamos en dirección a Budapest.
Día 2 de agosto
Salimos por la mañana del hotel con destino a Budapest. Llegamos a eso de las 2 de la tarde. Nos dejan comer a nuestro aire y nos llevamos la primera sorpresa: comimos en una terraza con un precio base algo más caro del que habíamos pensado (pero pasábamos de levantarnos, ya habíamos pedido las cervezas). Al llegar la cuenta vimos que era más caro aún con la chorrada del pan, el servicio y la carísima cerveza. Pero ese es problema nuestro, ya nos habían avisado que había que mirar bien los precios. Lo mejor es que viene la persona encargada de cobrar (eran 8.100 forints los 2) y le damos 9.000. Vuelve y nos devuelve un billete de 1.000 y se queda esperando al lado. Al poco se pone a hablarnos en húngaro. Curiosamente el resto del personal nos hablaba en inglés, castellano, italiano... Como suponíamos que decía que no tenía cambio, antes de que se quede con el billete (cosa que supongo que esperaba), lo cogemos y le decimos que no tenemos cambio. Como no se hacía entender hablamos con el encargado que nos explicó que efectivamente no tenían cambio, pero que nos faltaban 100 forints. Le dijimos que nosotros tampoco. Tras un rato, el tío nos dice que le demos 1€. Será cachondo, hasta ahí quiere sacar tajada. Que no, que 1€ es más de 100 forints. Así que quedamos en darle 50 centimos y fuera. Parece ser que el rollo de no tener cambio lo utilizan a menudo.
Nos hacen la visita panorámica (por cierto, a la guía no hay quién la aguante, con lo que no me enteré de ninguna de sus explicaciones). Nos llevaron a la plaza de los Héroes, por el centro y al barrio del Castillo en Buda. Nos dejan en el hotel, que está donde Cristo perdió las sandalias (de verdad, de vergüenza. Apunten, Hotel Polus). Al menos el hotel en sí, aunque exteriormente parecía la casa de Pin y Pon, por dentro estaba bien. Y tenía piscina, con lo que nos acomodamos en la habitación y nos bajamos a dar un baño.
Por la noche nos fuimos todos (12 personas) para cenar por el centro. Tras 30 minutos de autobús, dimos un paseo por el centro y a las 10, no encontramos junto al río donde había fuegos artificiales. Cenamos unas pizzas y comenzamos la odisea de vuelta. Tras 20 minutos de paseo para llegar a dónde salía el nocturno a la 1, lo cogimos y resulta que la ruta no era exactamente igual que por la mañana. Alguien dijo que el del hotel le comentó que parásemos en la penúltima, porque según entendió, la última era más peligrosa. Pero qué más daba si íbamos 14 personas (encontramos a 2 más al coger el bus). Al bajar en la última nos encontramos en una calle desierta con escasa luz en mitad de ningún sitio. Nos costó 30 minutos el llegar andando al hotel y gracias a que algún dependiente de gasolinera y algún cervecero de altas horas de la mañana sabía algo de inglés. Sino, seguiríamos vagando por las calles de la periferia. Chapeau de nuevo a la organización por no dar ni siquiera un mapa ni un modo de vuelta detallado habiendo escogido ese hotel (irónico por si alguien no lo coge). A eso de las 2, pudimos meternos por fin en la cama.
Día 3 de agosto
Al levantarme seguía acordándome de la organización que nos había puesto en ese hotel. Al estar tan poco tiempo allí, te rompe mucho los planes, porque llegar a cualquier sitio lleva mucho tiempo. De todos modos, por la mañana vi su lado bueno: me encanta hacer turismo y ver todo lo que se pueda en los sitios, pero me gusta también conocer cuál es la realidad de las ciudades que visito. Todo el trayecto de autobús que hacíamos y la zona del hotel, evidentemente no era turística, pero sí era la realidad de Budapest. Es la otra cara de la imagen que exporta Budapest como ciudad abierta al mundo, y es una realidad que está sólo a unos metros. En esta otra parte se ven casas que no entiendes cómo se mantienen en pie, fachadas desconchadas, calles poco iluminadas, gente extraña...
En fin, al levantarnos decidimos comenzar la visita por Buda. Cogemos el metro y nos vamos al barrio del Castillo, entrando por la puerta más lejana, la Puerta de Viena. El recinto es bastante interesante. Pasan algunos coches, pero es bastante tranquilo. Nos damos una vuelta por sus calles y decidimos entrar en la Iglesia de Matías. El nombre de la iglesia viene de un rey (el tal Matías), que se casó un par de veces en la iglesia. Por la costumbre de verle allí tan a menudo, comenzaron a llamarla la Iglesia de Matías, nombre que al final le ha quedado. También se casaron en esta iglesia por ejemplo Francisco José y Elisabeth (Sisi). Entramos pagando la correspondiente entrada (2 entradas de estudiantes por favor, je, je). La iglesia está decorada de arriba abajo con pintura directamente sobre la piedra. Todas las columnas, los muros, todo, todo. No queda ni un hueco por ningún sitio.
Vemos después el Bastión de los Pescadores, junto a la Iglesia de Matías. Aquí, podemos asomarnos por el mirador, que nos muestra una bonita vista de la orilla de Pest. Se puede subir a un segundo mirador al que se accede subiendo allí mismo unas escaleras (cobran por ello 1€). En altura vertical, se subirán unos 3 metros más, pero te evitas los árboles que abajo te tapan. Debo reconocer que nosotros no subimos (¿pagar 1€ por subir 20 peldaños? No es por dinero, sino por principios). De todos modos, encontramos una segunda alternativa, y esta vez gratuita. Si se baja por la calle en dirección al Palacio, encontramos a mano izquierda un Café con terraza llamado café Armada. Si atravesamos su terraza, nos encontramos un segundo mirador que sin árboles por medio nos ofrece una estupenda vista del Danubio y de la ciudad de Pest. No es tan alto como el otro mirador, pero la vista es prácticamente la misma.
Bajamos después andando hacia el Palacio, y de allí seguimos nuestra bajada hasta el Puente de las Cadenas. Es el primer puente permanente sobre el Danubio, uno de los símbolos de la capital. Se construyó entre 1839 y 1849 por iniciativa del conde István Széchenyi. Fue proyectado por el ingeniero inglés William Tierney Clark, y las obras fueron dirigidas por un ingeniero escocés del mismo apellido, Adam Clark. La leyenda cuenta que Clark dijo que si alguien encontraba algún defecto en su perfecta construcción, se quitaría la vida. Nadie encontró ningún defecto en principio, pero un chico observador, se dio cuenta de que los leones de uno de los extremos del puente no tenían lengua. Por ello se suicidó. ¿Mito o realidad? De lo que sí estamos seguros es que el constructor murió. Bien cruzamos el puente a pie y recorrimos la otra orilla buscando algún crucerillo que saliese de noche y que estuviese a buen precio. (Nuevo ofrecimiento de la organización: crucero+cena+música zíngara: 68€. ¡Ja, ja! Mucho ojo con las excursiones de los viajes organizados; está bien saber dónde van, pero luego organizarlo uno mismo. Unos del grupo hicieron todo eso por 38€, y nosotros encontramos solo crucero (con un grupillo en vivo) por 7€). Así pues, compramos el billete para nuestro crucero que era para las 20:15 (duraba 1,5h). Perfecto, embarcábamos de día con lo que veíamos todo con luz y volvíamos de noche, con todo iluminado. Una opción más rentable aun (aunque nos enteramos tarde), es la de coger un barco de los que te llevan a los pueblecitos cercanos. Son bastante más baratos y van por el mismo sitio.
Con el billete en nuestro poder, nos fuimos hasta el puente blanco, el Puente de Elisabeth, y lo cruzamos a pie para seguir nuestra peregrinación al Hotel Balneario Géllert. Los baños Géllert son algo que no hay que perderse.
Tienen una entrada combinada con lo que se puede acceder a todo (masajes van aparte). Sin duda merece la pena. El sitio es espectacular, y encima, los baños sientan estupendamente. Yo no creo que sean curativos, pero a nosotros nos vinieron muy bien para eliminar un poco del cansancio acumulado. Primero la piscina en que rodaron el anuncio de Danone: es increíble, una piscina chulísima rodeada de columnas y con una cúpula arriba. Después a los baños turcos (aquí ya sí que hay que separarse: los chicos a un lado y las chicas a otro). La sauna era un horno, pero dentro de la misma sauna había una ducha de agua fría, que ahí sentaba estupendamente. Bueno, de sauna lo justo, que no hay que martirizarse. Nos metemos en la piscinita de 38grados. ¡Dios, esto quema! Te metes poco a poco y te acostumbras. Luego a la piscina de agua fría. ¡Por Belcebú, qué frío está esto! ¿Dónde han escondido los cubitos de hielo? Y otra vez a la de 38grados: la verdad es que la sensación del contraste de la temperatura es muy interesante. Decido repetir la operación unas cuantas veces (alguno debe de pensar que me envían del manicomio para mi tratamiento, pero la sensación estaba muy bien). Había también una segunda piscina a 36grados. Al lado de la de 38, es una mariconadilla. La probamos y volvemos a la otra. Por último decidimos probar la piscina exterior, que por lo visto hace olas de vez en cuando (nosotros no las vimos por ningún sitio). Pero si ellos se divierten...
Tras esta sesión de relax, cruzamos un nuevo el río (y ya van 3 puentes en un mismo día) y pasamos por la zona del mercado. Cogimos el metro y nos fuimos hacia la calle Andrasy para dar un paseo. Por cierto, curiosa costumbre de los húngaros, la de la fila de coches que siguen al coche de los recién casados, con sus coches adornados con globos (el de los novios con una corona funeraria en el capó que daba cosa), y venga a pitar por toda la ciudad. Por la calle Andrasy, nos tomamos en una terraza la cervecita de rigor del día (qué vergüenza, pagamos unos 3€ por dos jarras de medio litro). Dimos una vuelta por la zona de la ópera y nos dirigimos al barco que nos esperaba. Al final encontramos allí al resto de la gente, que querían ir a otro crucero, pero se apuntaron al nuestro, porque no quedaban entradas del que querían. No hay que perderse el viaje. Muy bonito el paseo, y espectacular la vista de noche de toda la ciudad iluminada desde el Danubio.
Volvemos al hotel, y todo el grupo se queda cenando algo abajo a base de embutidos, queso... Yo decidí subir y descansar un poco, y así aprovechar para apuntar algunas cosas en el diario de viaje gracias al cual surge esto.
Mañana volvemos a Madrid.
Día 4 de agosto
Tratamos de aprovechar el día y nos levantamos a las 8:00 para poder dar una vuelta por la mañana. La idea es coger un autobús y ver el museo de Bellas Artes, que entre otras cosas, por lo visto tiene una buena colección de pintura española. Está en la Plaza de los Héroes, así que trataremos de aprovechar para visitar el parquecillo que hay detrás.
La idea no es mala, pero como durante toda la semana hace un calor de carallo. Cogemos el autobús que más o menos nos acerca a la Plaza de los Héroes desde el hotel. Antes de llegar a la plaza, nos encontramos de repente con algo que habíamos visto un par de días antes desde el autobús en la visita panorámica: una exposición de fotografías aéreas en la calle organizada por una empresa francesa. Se trata de fotos de todos los lugares, pero siempre tomadas desde el aire. Muchas son impresionantes: la Antártida, el desierto, el Guggenheim, viñedos, la India, Escocia... muy buenas fotos en conjunto. Al terminar, decidimos que entrar en el museo con el calor y el poco tiempo que teníamos nos daba un poco de pereza. Así que optamos por terminar el viaje como lo comenzamos: darnos una vuelta y tomar una cervecita en el parque. Por fin el último medio litro de cerveza, que se dice pronto. Al volver necesitaremos una cura de desintoxicación.
Volvemos al hotel y nos vamos al aeropuerto. Según llegamos, ya vemos la noticia: retraso de 3,5 horas. En vez de salir a las 16:00, salimos a las 19:30. ¿Tendrá algo que ver que nuestro viaje fuese la oferta de las ofertas? Empiezo a temerme que sí. De todos modos, ha merecido la pena. Aunque no hayamos conocido ninguna de las ciudades a fondo, hemos aprovechado bien el tiempo, y tenemos una idea bastante clara de cómo son las tres. A mí me han encantado las tres, pero me quedo en primer lugar con Viena. Praga le sigue muy de cerca, y finalmente, Budapest.
( Ignacio Navarro Valdecantos )